viernes, 9 de septiembre de 2016

Sobre los premios



Remota es la práctica de medirse unos con otros. La guerra es el ejemplo más axiomático; de hecho la palabra Campeón, según el diccionario etimológico de Joan Corominas, deviene del latín campus, que se aplicaba especialmente al campo de Marte donde se instruía a los soldados germánicos del ejército romano. Los antiguos conflictos bélicos, desprovistos de mayores leyes de guerra y burocracias,  consistían en la imposición de fuerza generada por uno de los bandos sobre el otro y así era muy fácil reconocer al ganador, que a veces en una sola jornada de combate se imponía definitivamente, lo mismo sucedía en los juegos gladiatorios cuando uno de los contrincantes moría. El campeón era fácilmente reconocible y no necesitaba de la intervención de ningún juez o panel de evaluadores. A imagen y semejanza se crea el premio, que es una recompensa, galardón, o remuneración. Etimológicamente, la palabra premio,  del latín praemium, con la raíz prae que indica antes, y em que indica tomar o coger, probaría que premio es la acción de tomar antes que los demás, y esto, además de manifestar antelación, a su vez genera idea de superioridad. Fácilmente podemos imaginar esas carreras en las que en la llegada los participantes deben tomar un banderín o algún otro objeto y nuevamente es indiscutible quien es el ganador y son prescindibles los jueces.

Alguna vez un gaucho me habló de la ausencia de reglas en las cuadreras, que son carreras en las que dos o más jinetes corren no más de ciento cincuenta metros, muy difundidas entre los paisanos argentinos en los tiempos de la colonia. El premio, según las declaraciones de este gaucho, era para el que cruzase primero la meta, sin importar como, inclusive si para lograrlo hubiese cometido alguna fechoría contra otro participante. (Resistiremos la tentación de; con postura calvinista, preguntarnos qué plan divino hay detrás de esta práctica gauchesca en la que el más desvergonzado y malicioso tiene más posibilidades de obtener el premio) 

Tal vez en otra clase de competencias en las que se establecieron más reglas, se hicieron necesarios los jueces para evitar los triunfos edificados en la trampa. Sin embargo este monólogo tiene la intención de menospreciar la labor de los jueces y dejar expuesta la ineficacia de la mayoría de sus sentencias. Veamos:

Imaginemos un caso hipotético en el que se decide dar un premio al constructor de sillas más cómodas del país.  Para elegir al ganador, la comisión organizadora, cita a todos los ciudadanos del mundo a sentarse en todas las sillas construidas en el país  y votan. No demoran en surgir conflictos entre los que se enumeran sobornos otorgados por constructores a algunos votantes, dificultad para interpretar votaciones en jerga de los electores escandinavos, madres que exigen permiso para hacer votar a niños que aun no hablan, trabajadores que no consiguen que les otorguen el día libre para viajar hasta este remoto y austral país y otros muchos conflictos más, imposibles de citar todos, por el aburrimiento que supondría anoticiar tantas y diversas circunstancias.  Entonces, la comisión organizadora decide olvidar las votaciones y se dispone a seleccionar a un grupo reducido de personas para que tomen la decisión, a la que por comodidad llamarán jurado.

El primer conflicto  al que  se enfrenta ahora la comisión es elegir a los jueces apropiados para hacer una pre selección de sillas, considerando que en esta pre selección, los jueces, no podrán sentarse en todas las sillas por el tremendo esfuerzo que esto significaría y más considerando lo perezosos que suelen ser los aficionados a la comodidad. De manera tal que los jueces serán, además de sensibles expertos en el arte de la comodidad, constructores de sillas y valiéndose de sus conocimientos en la construcción de sillas podrán pre seleccionar sin sentarse necesariamente en todas las sillas construidas en el país. Con esto, solo se dio el primer paso, ahora, la comisión se percata de que los jueces tienen que tener conocimientos más vastos que todos los participantes, porque de no ser así, si uno de los participantes es más docto y complejo que los jueces, puede ser incomprendida su obra y siquiera ser convocado en la pre selección. Hasta aquí, siguiendo este mecanismo de evaluación, los jueces deberían ser constructores de sillas, sensibles expertos en el arte de la comodidad y además ser más instruidos en ambas materias que todos los participantes para no cometer errores. El punto es que si los mejores constructores de sillas deben ser los jueces, qué sentido tiene salir en busca de los mejores constructores de sillas para premiarlos; en ese caso ya sabríamos quienes serían los mejores: Los jueces. La pregunta obligada es si la comisión organizadora está en condiciones de seleccionar a los jueces.

En definitiva, los premios otorgados a ganadores que saben de su triunfo solo después de escuchar el veredicto de los jueces son tan, si me permite el eufemismo, controversiales,  que le quitan gracia al hecho de recibir uno. Ni hablar de Las categorías de premios entre las que surgen algunas que resultan humillantes como los premios a la participación.  Me pregunto qué malicioso ser habrá inventado el premio consuelo, que es prueba inequívoca de que quien lo acarrea es un perdedor. 

Son tan extrañas las decisiones de los jueces para seleccionar a los premiados, que algún día podría ganar el Nobel de la paz un presidente y comandante en jefe de las fuerzas armadas de su nación, inclusive participando en dos guerras al momento de la entrega del premio. 

Algunos solo compiten, aun a sabiendas de que no son dignos del premio, solo porque este consta de una tentadora suma de dinero y conscientes de que los jueces se equivocan, esperan que la fortuna les sonría. A propósito de esto recuerdo la anécdota que cuenta Heródoto del rey persa que al preguntar dónde estaban los griegos, le dijeron: En los juegos olímpicos. Entonces el rey vuelve a indagar y pregunta cuál era el premio para el ganador, y la respuesta fue: Una rama de olivos, entonces, un general persa exclamó  ¿Qué tipo de gente son éstos contra los que nos has traído a luchar? ¡No compiten por riquezas sino por honor!

El sensato Emile Cioran dejó de aceptar premios aun confesando que necesitaba el dinero. Yo por el contrario informo que si cualquier comisión de cualquier rubro decide premiarme por cualquier cosa, no interprete este texto como una negativa y sepa de antemano que gustosamente recibiré cualquier tipo de premio brindando un discurso de agradecimiento con lágrimas en los ojos. Porque recibir premios va en contra de mis ideales, pero mis ideales valen menos que cualquier premio. 



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