viernes, 16 de septiembre de 2016

Sobre la timidez


Los tímidos incomodamos, y aunque opuestos a los charlatanes, a veces los imitamos para rescatar al interlocutor de nuestro silencio.   

Dice Borges en su conferencia sobre la ceguera: 

Entonces creía que la timidez era muy importante y ahora sé que la timidez es uno de los males que uno tiene que tratar de sobrellevar.

Alguna vez imaginé que nadie está más condenado a cumplir su destino que nosotros,  los tímidos. Si el destino es una saeta, los tímidos, viajamos sujetados a ella recorriendo el espacio y el tiempo, viendo en nuestro camino a hermosas mujeres a las que jamás les declararemos nuestro amor, siendo testigos de injusticias que jamás denunciaremos y considerando que la timidez es sinónimo de mesura solamente para poder sobrellevar esta condición con prudencia y resignación. 

La única solución que encontré fue montar este personaje que es quien escribe, responde entrevistas y declara amor a la mujer que ama, sin embargo, aun en lo más profundo de mi ser sé que aguarda un perfecto timorato que cedió el control al extrovertido que llenó de palabrerío mis silencios, y de gesticulaciones vulgares a mi rostro que antes era gobernado por mi esquiva mirada.

El tímido es un cobarde de bajo rango, y para él solo hay una situación más difícil de enfrentar que la declaración amorosa y es la de la ruptura con una pareja. Recuerdo la temblorosa entonación con la que le dije una vez a mi ex novia: ¿Qué te parece si nos dejamos? A lo que ella respondió: No. Y yo dije: Estoy de acuerdo. Y así fue como cinco años más tarde logramos terminar con esa tóxica relación cuando ella me dijo: No te aguanto más, me voy con otro, imbécil. A lo que yo respondí: Estoy de acuerdo.

Ni hablar de los exámenes orales, en los que casi no podía pronunciar palabras y algunos maliciosos profesores me obligaban a dirigir mi examen a todos mis compañeros que se regodeaban con mis susurros. A veces, la situación se tornaba tan incómoda y extravagante, como aquella vez en que la profesora de historia me preguntó mil cuatrocientos noventa y dos veces cuando había llegado Colón a América y yo no lo sabía, así que dije: No sé. Pero ella insistió: Usted si lo sabe. Y yo que siendo un tímido nivel diez jamás osaría contradecirla en público, le dije: Si, lo sé. Entonces ella replicó: y entonces ¿Cuándo llegó Colón a América? A lo que yo respondí: no lo sé. Entonces ella con un intimidante tono dijo: ¡Usted si lo sabe! Y yo le respondí: Estoy de acuerdo, si lo sé. Pero lamentablemente no lo sabía y entonces ella pronunció un montón de apelativos que lejos de definir mi timidez, tampoco eran dignos de tan instruida maestra. 

Afortunadamente, casi siempre los tímidos cumplen con su destino anónimo y desapercibido, porque de ser presidente un tímido, sus discursos se limitarían al encogimiento de hombros. De ser cura jamás se atrevería a preguntarles a los novios si aceptan casarse. Yo creo que mi psicoanalista era tímida porque mientras yo hablaba, ella solo hacía gestos y jamás pronunció una sola palabra, (es más, como en las primeras sesiones ninguno de los dos pronunciamos palabra alguna, llegué a pensar que yo también era psicoanalista) sin embargo su sabiduría gestual me permitió entender que yo debía darle paso al decidido que hoy escribe esto, mientras que yo, el tímido original sigo escondido en las profundidades de mi ser en absoluto silencio. Quienes saben de lengua y literatura hubiesen agradecido que jamás escribiese nada, y es lamentable, querido lector, que le advierta de esto justo al final del texto, pero la verdad es que los hombres decididos nos lanzamos al mundo sin advertirle nada a nadie.           


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