sábado, 23 de julio de 2016

Sobre los usos ordinarios y extraordinarios de algunos objetos


Si yo le pregunto a un ciudadano del mundo para qué sirve una servilleta o una bicicleta fija, lo más probable es que no demore en describir su uso ordinario, sin embargo pocos saben que en un altísimo porcentaje, las bicicletas fijas son utilizadas solamente como percheros y ni hablar de servilletas que ocasionalmente pierden jerarquía al ser utilizadas como pañuelos; inclusive a veces, y afrontando un destino más trágico, como papel higiénico. Entonces debemos acordar que por pereza o necesidad, algunos objetos, por más evidentes y sugerentes que sean, parecen estar destinados otros servicios.
Respecto a las servilletas, traigo a colación un fragmento del codex Romanoff de Leonardo Da Vinci que dice más o menos lo siguiente:

La costumbre de mi señor Ludovico de amarrar conejos adornados con cintas a las sillas de los convidados a su mesa, de manera que puedan limpiarse las manos impregnadas de grasa sobre los lomos de las bestias, se me antoja impropia del tiempo y la época en que vivimos. Además, cuando se recogen las bestias tras el banquete y se llevan al lavadero, su hedor impregna las demás ropas con las que se los lava. Tampoco apruebo la costumbre de mi señor de limpiar su cuchillo en los faldones de sus vecinos de mesa.  
A este texto, que hoy se puede retomar por su valor histórico o por su valor humorístico, le sigue:

Al inspeccionar los manteles de mi señor Ludovico, luego de que los comensales han abandonado la sala de banquetes, hállome contemplando una escena de tan completo desorden y depravación, más parecida a los despojos de un campo de batalla que a ninguna otra cosa, que ahora considero prioritario, antes que pintar cualquier caballo o retablo, dar una alternativa.

Ya he dado con una. He ideado que a cada comensal se le dé su propio paño que, después de ensuciado por sus manos y su cuchillo, podrá plegar para de esta manera no profanar la  apariencia de la mesa con su suciedad. ¿Pero cómo habré de llamar a estos paños? ¿Y cómo habré de presentarlos?

Aunque no sea definitivo, este texto parece confirmar que Leonardo habría inventado los conejos, perdón… las servilletas. Aunque la idea ya esté clara no me puedo permitir privarlo, querido lector, del desenlace de esta historia que llega hasta nosotros gracias a Pietro Alemani que escribió respecto de Leonardo más o menos lo siguiente:

Últimamente ha descuidado sus esculturas y geometría y se ha dedicado a los problemas del mantel del señor Ludovico, cuya suciedad- según me ha confiado- le aflige grandemente. Y en la víspera de hoy presentó en la mesa solución a ello, que consistía en un paño individual dispuesto en la mesa frente a cada invitado destinado a ser manchado, en sustitución del mantel. Pero con gran inquietud del maestro Leonardo, nadie sabía cómo utilizarlo, o qué hacer con él. Algunos se dispusieron a sentarse sobre él. Otros se sirvieron de él para sonarse las narices. Otros se lo arrojaban como por juego. Otros, aun envolvían en él las viandas que ocultaban en sus bolsillos y faltriqueras. Y cuando hubo acabado la comida y el mantel principal quedó ensuciado como en ocasiones anteriores, el maestro Leonardo me confió su desesperanza de que su invención lograra establecerse.  
También podríamos recordar, del mismo Leonardo, su máquina para cortar berro que cuando fue probada le quitó la vida a seis hombres por lo que se sugirió que se utilice como arma de guerra. En definitiva podríamos decir que Leonardo era un maestro en el arte de construir cosas con una intención para que luego se utilicen con otra. Ni hablar de Einstein enviando cartitas al presidente comentándole sobre el potencial energético de Uranio; epístola que inspiró  a Roosevelt a utilizar de una manera diferente esa energía.  

Así podríamos citar miles de objetos que parecen ser útiles para un propósito pero finalmente se los utiliza para otro: Los automóviles son moteles, los dedos meñiques son utensilios para limpiar los oídos, los satélites son ovnis y los gatos son mascotas (salvo el de Schrödinger que es un conejito de indias que en su profunda depresión se siente muerto en vida)  

Dedicado a mis amigos conmovidos por la dualidad Onda-Partícula.  


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