viernes, 29 de abril de 2016

Sobre las maneras de morir


Hay distintas maneras de morir y entre la diversidad existente en esta insólita actividad que solo se puede ejercer una vez en la vida voy a intentar comentar algunas.

Plutarco nos recuerda que la madre espartana, al despedir a su hijo que iba a la guerra le decía:       ἢ τὰν ἢ ἐπὶ τᾶς, que se podría traducir más o menos como: O con él o sobre él. Exigiéndole valentía a su hijo, ya que con esta frase se referiría al escudo, con el que debía volver triunfante de la guerra y de no ser así, ser traído su cadáver sobre el escudo, como se estilaba hacer con los héroes muertos en batalla. En definitiva las madres espartanas amaban más a Esparta que a sus hijos o simplemente preferían tener un hijo muerto en batalla que un hijo vivo pero desertor. Quedando explicito que la muerte en batalla inscribía en esta patria como la más alta manera de morir. La famosa frase de Douglas MacArthur: No nos estamos retirando, sólo estamos avanzando en otra dirección. No sería muy bien recibida por los vecinos del rey Leónidas I.

Girolamo Savonarola impulsó el Falò delle vanità, (La hoguera de las vanidades) en la que sus seguidores dieron llama a objetos considerados pecaminosos, como libros profanos, manuscritos con canciones seculares, inclusive pinturas de Sandro Botticelli con temas mitológicos, que el mismo Savonarola habría tirado a las llamas. También y como el nombre de esta práctica lo indica, se intentaba amedrentar la vanidad y por esta razón se quemaban espejos, maquillajes y ropas. Esta quema fue exitosa en Florencia y seguramente habrá significado una gran satisfacción para Girolamo; no así la próxima quema en la que se le convidó de las llamas hasta su muerte. Sucede que el fraile denunciaba a los ostentosos, inclusive hasta al mismo papa Alejandro VI (Borgia) quien lo excomulgó en el año 1497, un año antes de que sea encarcelado y posteriormente quemado en público. Sin dudas Girolamo Maria Francesco Matteo Savonarola, experimentó una de las más indeseables maneras de morir.    

Alejandro Casona, encuentra un título de innegable hermosura para uno de sus éxitos más notables: Los árboles mueren de pié. El carácter heroico de este título me hace pensar en la escultura de la tumba del papa Julio II, en la que lo podemos ver recostado, sobre el brazo derecho, en una postura que lejos de figurarnos a un muerto, nos hace pensar más bien en alguien somnoliento, que se entrega momentáneamente a una siesta. Como si fuese demasiado fuerte para morir, o como si la muerte solo fuese un pequeño reposo antes de dar comienzo a la eternidad. Así también, los soldados romanos dan por muerto a San Sebastián, que desnudo, colgado de un árbol y con flechas clavadas en su cuerpo, aun así no pierde hermosura, inclusive en la representación de del pintor holandés Gerard van Honthorst, que lejos de representarlo indolente, lo presenta como el hombre caído; pero con los brazos en alto, y aunque solo sea por las sogas que lo sujetan, el hecho de tener también la pierna derecha flexionada nos da esperanza de que va sobreponerse a pesar inclusive del fondo negro en contraste con la palidez de su cuerpo. 

Algunos escogen hablar instantes antes de expirar y aunque no todos hayan sido tan afortunados como para decir palabras nobles, aladas y profundas, quiero decir, alguno como última frase habrá dicho: ¡Que cara está la papa! O ¡Vieja la ventana está abierta y entra un chiflete de aquellos! En general la historia se encargó de registrar las últimas palabras de aquellos personajes que dijeron cosas dignísimas como Julio Cesar, que algunos autores indican que dijo: ¿Incluso tú, hijo mío? Dirigiéndose a Bruto a quien alcanza a divisar entre los traidores que lo asesinan a puñaladas en el mismo senado.  También recordaremos las últimas palabras de Nerón que dijo: ¡Qué gran artista perece conmigo! Y las de Mariano Moreno: ¡Viva la patria, aunque yo perezca!, pero no olvidemos las más pintorescas como las del señor Jack Daniel  que dijo: One more drink, please. (Un trago más por favor) o Karl Marx que dijo: Las últimas palabras son para los tontos que no han dicho lo suficiente. También podemos pensar en aquellos que no llegaron a terminar sus últimas palabras, al respecto de estos debemos recordar que el cine estadounidense ha hecho de esta situación casi un género, cientos de películas en las que el único que sabe donde está escondida la bomba y como se desactiva solo alcanza a decir: Para desactivar la bomba, que está en…  ¡Ah me muero! 

Sin embargo a estas altísimas formas de morir se oponen otras que son menos teatrales, menos perfectas y hasta vergonzosas. Debemos confesar que morirse en la calle es una vergüenza total, dejar el cadáver en cualquier lado y en una postura ridícula es un bochorno. Alguien tendría que decir: ¡Vaya a morirse a su casa! Por supuesto es tan humano compadecerse de los muertitos que inclusive no nos quejamos siquiera cuando dejan su cadáver tirado en plena avenida, impidiendo el paso y obligándonos a llegar tarde al trabajo. Lo único peor que morirse en la calle, es morirse en la calle por hacer algo estúpido. Hay una sobre estimación de los temerarios, principalmente en los Estados Unidos de América. A tal punto llega esta admiración que muchos se filman haciendo estupideces peligrosas y mueran en el intento o no, reúnen el material y lo transmiten en Shows televisivos.

Afortunadamente en la mayoría de los pueblos del mundo se utilizan las clínicas para enviar a la gente a que se muera. Por supuesto, un servicio tan útil no podría ser barato, pero aun así valen la pena. Los dueños de las clínicas tienen en cuenta detalles mínimos, como exigir camisas planchadas y divinas corbatas a sus médicos o contratar hermosas secretarias, inclusive la mayoría de estos recintos llevan el nombre de sanatorios, con la intención de persuadir y generar falsas esperanzas en parientes y moribundos.     


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