viernes, 18 de diciembre de 2015

Sobre los contratos


Todo contrato es ante todo la evidencia de un desencuentro.

Los contratos no son cosa nueva, en el derecho romano ya se los nombra, inclusive los había de diferentes categorías y referían a un acuerdo de voluntades que pretendían brindar protección a los contrayentes ante posibles irregularidades. Estos contratos estaban abalados por la justicia romana y contribuyeron al orden civil y a la multiplicación de relaciones forzosas. A ver:

Las relaciones más genuinas no necesitan pactos, contratos ni acuerdos pre establecidos, simplemente porque la amistad, por ejemplo, es el resultado de un encuentro entre personas que desarrollan un vínculo afectivo que no permitiría abusos ni daños, por la simpatía que los mancomuna. Usted podría preguntarse entonces que pasaría entre personas corrompidas y protervas. En este punto podemos recordar a Cicerón que consideraba que la amistad se da entre quienes poseen el sumo bien en la virtud, en pocas palabras los maliciosos no conocen la amistad y tal vez si necesitarían de un contrato para establecer una.     

Casi nadie se aventura a establecer contratos de más de tres años de duración en ningún ámbito, sin embargo algunos se arrojan al matrimonio con la esperanza de sostener un contrato vitalicio y si bien esto parece ser una locura, un salto de fe, quienes juzguen irracional esta clase de decisión, podrían festejar el romanticismo que se da solamente en este tipo de contrato o al menos que se daba antes de que la especulación financiera se abriera camino en el único contrato que parecía gozar de cierta nobleza. El contrato prenupcial es otro intento más de restar pasión sin sumar razón y ante tal situación solo nos queda saborear el sinsabor.

Todos los días, la mayoría de los seres humanos establecemos relaciones contractuales, escritas u orales. Al comprar pan o cualquier otra cosa, estamos estableciendo un contrato, y teniendo en cuenta que los contratos tienen diferentes componentes, la que más suele tenerse en cuenta por las diferentes partes, es la obligacional. Por esta razón estoy seguro de que un encuentro amoroso no necesita contratos de ningún tipo. El amor no sabe nada de obligaciones, no las necesita, al menos cuando es compartido, por supuesto como los encuentros amorosos suceden con poca frecuencia, el contrato aflora como una herramienta que permite a aquellos desafortunados que no les tocó enamorarse de alguien que los ame, poder vivir una relación, que los observadores menos  perspicaces confunden con un encuentro amoroso. Claro que el castigo es tremendo para quienes quieren hacer de un desencuentro una familia y vale aclarar que en estos casos ni el mejor de los contratos los libra de pesares.

Durante cuatro años alquilé la casa de un locatario que solía decir: “conmigo despreocúpate por que yo soy confiado y creo en la palabra; a esta declaración yo solía responder: Que bien, porque yo jamás lo estafaría. Como indicio de que su declaración era falaz aun conservo los dos contratos de alquiler que el mismo redactaba. Las dos veces que firmamos los contratos se comportó de manera inquietante, se comía las uñas y miraba con pánico a la escribana mientras golpeaba los dos talones contra el piso con la destreza de un baterista de heavy metal. Antes de mudarme a otra ciudad, al finalizar el último contrato le dije: tal como le prometí siempre pagué al día y él me respondió: Si, fue muy buen inquilino y siempre confié en usted. Esa fue la última vez que lo vi y podría asegurar que ambos sentimos casi el mismo vacío: Él por perder una oportunidad de confiar en quien lo merecía, y yo por perder una oportunidad de demostrar que soy confiable, porque en definitiva jamás sabremos como hubiese sido nuestro vínculo sin contratos de por medio.



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