viernes, 23 de octubre de 2015

Sobre el ansia de llamar infinito a todo lo recóndito


Esa pusilánime costumbre de llamar infinito a todo lo recóndito solo genera confusión. Yo no sé si debe a la vana necesidad de llenar de misticismo a la vida, o si se trata simplemente de un análisis típico de quien padece miopía intelectual. 

La palabra infinito, suele ser usada con liviandad poética y muy pocas veces con rigor científico, o filosófico. Los jóvenes dicen a sus pretendientes amarlas hasta el infinito, (afirmación que no significa nada y por ende es una promesa de poca monta muy bien recibida por quienes poco saben de matemática y gramática). Buzz Lightyear afirma: "¡To infinity, and beyond!" y se niega a creer que es un juguete dentro de la habitación de un niño.

Es comprensible que haya gente con poco entusiasmo para medir cosas inmensamente grandes, lo que no es comprensible es que se consideren reales los preceptos arrojados por estos perezosos que exponen propuestas demasiado poéticas para ser científicas y aburridamente científicas para ser poéticas. Con todo esto no quiero entrar en el tema de la posibilidad o no del infinito, simplemente quiero decir: No hay infinita cantidad de células en nuestro cuerpo, ni infinita cantidad de estrellas, siquiera es infinita la pereza del que lanza estas afirmaciones al mundo, solo es poseedor de la pereza necesaria para, no estudiar medicina ni astronomía, y por supuesto tampoco tiene suficiente ánimo como para buscar investigaciones ajenas. 

En el caso de que no se trate de pereza, la otra razón que se me ocurre para comprender por qué hay tanta gente intentando convencernos de la infinitud de cosas que son finitas, es porque las consideran mejor así, sin comprender el error que esto supone, voy a citar una frase típica: SUS OJOS SON POSEEDORES DE INFINITA BELLEZA. Bien, esta frase a mi me genera más desencanto que embelesamiento, porque si la INFINITA belleza de sus ojos debe ser percibida por mi limitada visión, no me alcanzarían todas las horas de mi finita vida para conocer una belleza de esta condición y esto señores, es muy frustrante.  Del mismo modo nunca falta el que en una reunión intenta caer en gracia comentando que según unos científicos el universo podría ser infinito, y considerando que ésta sea una buena noticia espera la aprobación de sus interlocutores que en el mejor de los casos serán indiferentes a esta información y solo levantarán uno de sus hombros y abrirán los ojos grandes como intentando demostrar interés por algo que les importa un bledo o les resulta en partes iguales estúpido y aterrador. 
 
Los más osados lanzan frases como: TODO SERÍA MEJOR DE SER INFINITO. Y si bien yo estoy de acuerdo en que no me quiero morir, se me ocurren, rápidamente, algunas actividades que son mejores siendo finitas, y que inclusive se tornan más divertidas hacia la culminación, como por ejemplo la final de la copa del mundo. 

Lo infinito es ante todo lo eternamente inconcluso, imagínese usted, querido lector, los horrores que esto supone. Saber por ejemplo, que los números tienen más proyección que cualquier contador y que hasta los contables más laboriosos y precoces, aun contando a gran velocidad desde su más tierna infancia hasta el día de su muerte, solo podrían pronunciar una infinitésima parte de los infinitos números. 

En el caso de la música damos con una obra atormentadora que es de carácter infinito y con una letra que hace alusión a esta desgracia eterna en la que se describe a unos paquidermos que se balancean sobre una poderosísima tela de araña. Los obstinados que caen en la trampa de comenzar a cantarla y son demasiado escépticos como para aceptar su infinitud mueren cantándola, inclusive aquellos que hacen trampa y comienzan desde números grandísimos.   


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