Los sinsabores de la vanidad.
Para hacernos vanidosos necesitamos primero sazonar tramposamente
nuestras destrezas para que simulen tener el sabor de las virtudes, y una vez
que estas simples destrezas sean consideradas virtudes, debemos decir que
tienen un peso mayor del que realmente tienen; el último ingrediente, y muy
necesario, es creerse que estas “virtudes” son ambrosía, pero nosotros no
podemos gritarlo a los cuatro vientos, pues, nuestra infinita humildad no lo
permite.
Evidentemente es una receta fácil, conocida y muy difundida
a lo largo y ancho del planeta.
Voy a intentar aconsejarlo, querido lector, para que deje de preparar esta receta empalagosa que solamente es disfrutada por los paladares
menos astutos, de los que conviene mantenerse alejado.
En primera instancia le advierto que muchos psicólogos son
amantes de esta receta y la difunden casi como si se tratase de una exquisitez
cuando en realidad es repugnante, algunos de ellos la utilizan como antídoto
para la depresión, una idea muy particular porque, lejos de procurar la cura,
así, se obtiene un depresivo con picos de euforia en los que deja de
considerarse un perdedor para considerarse un campeón en tan solo una sesión. O
sea que proponen una locura distinta para contrarrestar la locura que ya trae
el paciente. Observe este relato:
Esta mañana tomo el colectivo para ir a comprar un libro
y se sienta a mi lado un tipo que con mirada obtusa se fija en mí, después de unos
incómodos minutos me comenta que está muy mal, que su vida es un fiasco, que es
un dibujante pésimo y que está yendo a hacer terapia, yo ante tal situación
hago una leve genuflexión que indica compasión y comprensión (aunque realmente estoy
maldiciendo y pensando si apagué o no la luz del baño y elucubrando a la vez en
como pensar en la luz del baño y hacer cara de interés por lo que relata mi accidental
compañero de viaje). Finalmente llego a destino, camino hasta la librería, Compro
mi libro y me dirijo a la parada del
colectivo para volver a mi casa, con la mala suerte de que el tipo éste se para
a mi lado, me sonríe y me dice: ¡Qué casualidad volver a encontrarlo! Me fue
muy bien en la terapia, la vida es hermosa, voy a organizar una exposición, mi
terapeuta sospecha que soy un genio incomprendido, de hecho le ofrezco como
agradecimiento por haberme escuchado tan respetuosamente uno de mis dibujos.
Es entonces, cuando miro el dibujo, que me llevo la
sorpresa, de que su terapeuta no sabe nada de arte o es un mentiroso y le hizo
creer que tiene talento cuando en realidad es pésimo, lo peor de todo esto es
que tarde o temprano mi accidental compañero de viaje va a tener otro instante
de lucidez en el que caiga en la cuenta de que es pésimo dibujante y ahora en
vez de pensar en dedicarse a otra cosa, va a despotricar contra el universo
desde el pedestal de los genios incomprendidos, pedestal que desde luego no le
pertenece.
Le conté mi anécdota a un terapeuta amigo y me dijo que yo
no pensaba en que tal vez le guste dibujar y por esta sola razón valía la pena
que lo haga, y yo le dije a mi amigo que si le gustase dibujar y solo eso, se
tendría que reconfortar en el propio hecho de dibujar, de manera tal que no
necesitaría hacer terapia porque estaría feliz por dibujar y su terapeuta no tendría
por qué convencerlo de que es un genio; se podría haber limitado solamente a
decirle: Mire, si usted quiere dibujar hágalo y punto. Pero en cambio lo apañó y persuadió de que es un gran artista.
Después de pensar mucho en esto, inclusive después de
escribirlo, recordé la verdadera historia: yo no iba sentado en el colectivo a
comprar un libro, yo estaba yendo a terapia y me senté al lado de un hombre que
pensaba vaya a saber en qué cosa, pero respondía a mi indagatoria mirada con
sonrisas complacientes, pensé que podría ser un pintor exitoso y no un escritor
fracasado que le paga a su terapeuta para que lo persuada de ser un genio
incomprendido. Después de todo esto me dije: Escribir es lo que me gusta. Luego de despotricar contra el universo desde el pedestal de los genios
incomprendidos me dispuse a dar consejos para no hacer cosas vanidosas. Así que
aquí van mis consejos definitivos:
-Si sabe tocar la guitarra no lo diga, ni se apresure a tocar,
y más comprendiendo que es el cumpleaños de su tía y no una sala de conciertos.
-No diga ser pésimo en algo en lo que cree ser genial y en lo
que seguro es mediocre, esperando que el círculo de primates que lo rodea lo reivindique.
-Si se mata en el gimnasio espere por lo menos dos horas más en
sacarse la remera.
-Si es una mujer linda no se depile el bozo, si es muy linda,
además no se bañe y si es hermosa escriba con errores de ortografía y sea
grosera.
-Si está por comprar un reloj caro, no lo compre, si lo
compró no lo use y si no lo usa póngase en contacto conmigo, todos saben que soy
vanidoso y no me avergüenzo por ello, al menos desde que hago terapia con Cacho
Porolo (¡Saludos Cacho!).
-Y si es genial haga lo que quiera, porque no es vanidad
hablar de una virtud que se posee, y de cualquier modo, si usted (y con esto me
refiero solo al genio) teme ser menospreciado por sus comentarios, le recuerdo
que todos odiamos a los virtuosos salvo otros virtuosos. Los odiamos por que
los que no somos virtuosos raramente podemos comprender al virtuoso y lo
consideramos vanidoso, razón por la cual haga lo que haga, siempre estará solo
por ser poseedor de una virtud.
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