viernes, 11 de septiembre de 2015

Sobre la vanidad

Los sinsabores de la vanidad.

Para hacernos vanidosos necesitamos primero sazonar tramposamente nuestras destrezas para que simulen tener el sabor de las virtudes, y una vez que estas simples destrezas sean consideradas virtudes, debemos decir que tienen un peso mayor del que realmente tienen; el último ingrediente, y muy necesario, es creerse que estas “virtudes” son ambrosía, pero nosotros no podemos gritarlo a los cuatro vientos, pues, nuestra infinita humildad no lo permite.
 
Evidentemente es una receta fácil, conocida y muy difundida a lo largo y ancho del planeta.
Voy a intentar aconsejarlo, querido lector, para que deje de preparar esta receta empalagosa que solamente es disfrutada por los paladares menos astutos, de los que conviene mantenerse alejado.
En primera instancia le advierto que muchos psicólogos son amantes de esta receta y la difunden casi como si se tratase de una exquisitez cuando en realidad es repugnante, algunos de ellos la utilizan como antídoto para la depresión, una idea muy particular porque, lejos de procurar la cura, así, se obtiene un depresivo con picos de euforia en los que deja de considerarse un perdedor para considerarse un campeón en tan solo una sesión. O sea que proponen una locura distinta para contrarrestar la locura que ya trae el paciente. Observe este relato:

Esta mañana tomo el colectivo para ir a comprar un libro y se sienta a mi lado un tipo que con mirada obtusa se fija en mí, después de unos incómodos minutos me comenta que está muy mal, que su vida es un fiasco, que es un dibujante pésimo y que está yendo a hacer terapia, yo ante tal situación hago una leve genuflexión que indica compasión y comprensión (aunque realmente estoy maldiciendo y pensando si apagué o no la luz del baño y elucubrando a la vez en como pensar en la luz del baño y hacer cara de interés por lo que relata mi accidental compañero de viaje). Finalmente llego a destino, camino hasta la librería, Compro mi libro y  me dirijo a la parada del colectivo para volver a mi casa, con la mala suerte de que el tipo éste se para a mi lado, me sonríe y me dice: ¡Qué casualidad volver a encontrarlo! Me fue muy bien en la terapia, la vida es hermosa, voy a organizar una exposición, mi terapeuta sospecha que soy un genio incomprendido, de hecho le ofrezco como agradecimiento por haberme escuchado tan respetuosamente uno de mis dibujos.

Es entonces, cuando miro el dibujo, que me llevo la sorpresa, de que su terapeuta no sabe nada de arte o es un mentiroso y le hizo creer que tiene talento cuando en realidad es pésimo, lo peor de todo esto es que tarde o temprano mi accidental compañero de viaje va a tener otro instante de lucidez en el que caiga en la cuenta de que es pésimo dibujante y ahora en vez de pensar en dedicarse a otra cosa, va a despotricar contra el universo desde el pedestal de los genios incomprendidos, pedestal que desde luego no le pertenece.

Le conté mi anécdota a un terapeuta amigo y me dijo que yo no pensaba en que tal vez le guste dibujar y por esta sola razón valía la pena que lo haga, y yo le dije a mi amigo que si le gustase dibujar y solo eso, se tendría que reconfortar en el propio hecho de dibujar, de manera tal que no necesitaría hacer terapia porque estaría feliz por dibujar y su terapeuta no tendría por qué convencerlo de que es un genio; se podría haber limitado solamente a decirle: Mire, si usted quiere dibujar hágalo y punto. Pero en cambio lo apañó y persuadió de que es un gran artista.

Después de pensar mucho en esto, inclusive después de escribirlo, recordé la verdadera historia: yo no iba sentado en el colectivo a comprar un libro, yo estaba yendo a terapia y me senté al lado de un hombre que pensaba vaya a saber en qué cosa, pero respondía a mi indagatoria mirada con sonrisas complacientes, pensé que podría ser un pintor exitoso y no un escritor fracasado que le paga a su terapeuta para que lo persuada de ser un genio incomprendido. Después de todo esto me dije: Escribir es lo que me gusta.   Luego de despotricar contra el universo desde el pedestal de los genios incomprendidos me dispuse a dar consejos para no hacer cosas vanidosas. Así que aquí van mis consejos definitivos:  

-Si sabe tocar la guitarra no lo diga, ni se apresure a tocar, y más comprendiendo que es el cumpleaños de su tía y no una sala de conciertos.

-No diga ser pésimo en algo en lo que cree ser genial y en lo que seguro es mediocre, esperando que el círculo de primates que lo rodea lo reivindique.

-Si se mata en el gimnasio espere por lo menos dos horas más en sacarse la remera.

-Si es una mujer linda no se depile el bozo, si es muy linda, además no se bañe y si es hermosa escriba con errores de ortografía y sea grosera. 

-Si está por comprar un reloj caro, no lo compre, si lo compró no lo use y si no lo usa póngase en contacto conmigo, todos saben que soy vanidoso y no me avergüenzo por ello, al menos desde que hago terapia con Cacho Porolo (¡Saludos Cacho!).


-Y si es genial haga lo que quiera, porque no es vanidad hablar de una virtud que se posee, y de cualquier modo, si usted (y con esto me refiero solo al genio) teme ser menospreciado por sus comentarios, le recuerdo que todos odiamos a los virtuosos salvo otros virtuosos. Los odiamos por que los que no somos virtuosos raramente podemos comprender al virtuoso y lo consideramos vanidoso, razón por la cual haga lo que haga, siempre estará solo por ser poseedor de una virtud.

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